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Economía

Algunas perplejidades latinoamericanas en el siglo XXI

De esta manera, las relaciones bilaterales o regionales son el centro de los espacios económicos, si no autárquicos, al menos semiexclusivos. Los procesos productivos y las cadenas de valor están más que transnacionalizados, al igual que los controles sobre las empresas, casi todas financiarizadas o con una importante participación de fondos de inversión (aplicaciones sería el nombre correcto) y operaciones con capitales ficticios al frente.

Redacción SDN

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Bruno Lima Rocha (@blimarocha) – myo 2023

Estamos en un momento de perplejidad, donde el hecho no es el hecho y la versión se permite el lujo de intentar subvertir el hecho. Choque de narrativas, pensamiento “esencialista”, desinformación masiva y un conjunto de fuerzas en todos los países occidentalizados jugando muy duro para dejar a otros incapaces de cualquier reacción. Específicamente en América Latina, existe una colusión de capital financiero, reserva electoral (que oscila entre el 25% y el 40% del total del electorado), sectores importantes de las corporaciones del Estado (como en los aparatos judicial, correccional, represivo y militar ) y una capilaridad “nunca vista” a través de la conjunción de dos bloques de manipulación: la “fusión” o espacios de encuentro entre las redes sociales (y la deep web) y la prédica de las más distintas vertientes del neopentecostalismo (disfrazado, con discurso lavado como “cristianismo” evangélico). Al final del día, ayuda a dejar más claro el límite de la sinvergüenza, cuando el sionismo pentecostal (llamado profanamente “cristiano”) refleja el Estado sionista en la Palestina ocupada. Las nuevas extremas derechas latinoamericanas son peculiares, pero muy arraigadas en nuestras sociedades.

Si bien la mayoría de estas fracciones de clase dominante y élites gobernantes ya existían en el momento de la bipolaridad del siglo XX (de 1945 a 1991), tenemos singularidades de este siglo. Por un lado, la izquierda, el campo nacional popular e incluso la defensa del desarrollo económico de un capitalismo semiautónomo están mucho más atrás que en la etapa de la Guerra Fría o incluso si se compara con la primera década y media de este corriente siglo. ¿Por qué retrocedemos tanto? ¿Quién retrocedió tanto? ¿Quién avanzó más?

El movimiento es una versión popular de ciclo y anticiclo. Al anticiclo aplicado por las políticas económicas -con la garantía de las políticas sociales y alguna exigencia efectiva sostenida por las acciones del Estado- le sigue una reacción virulenta (estúpida) y multifacética. Según esta “narrativa”, todos los gobiernos de centroizquierda son “corruptos” y toda iniciativa económica con algún grado de nacionalización es “capitalismo de amigos”. Lo opuesto no es verdad. No hay polarización efectiva. La derecha se ha ido a la extrema derecha y la izquierda es de centroizquierda y los medios de comunicación, en el mejor de los casos, no son más que socialdemocracia y sin sindicalización de masas con reserva electoral de la fuerza de trabajo (como en la Europa de posguerra). Esta cuenta no cierra y hace las cosas difíciles.

Las tres etapas del imperialismo proyectadas en América Latina en el siglo XXI

Si bien no podemos decir con todas las letras que existe un 100% de similitud en todos los países latinoamericanos, podemos ver, leer, observar, advertir, rasgos comunes en la etapa posterior al gran auge económico del Continente. Luego de dos décadas perdidas (los años 80 y 90 del siglo XX) y luego de la aplicación abrumadora del infame Consenso de Washington, nuestros países tuvieron al menos una década y media de respiro, impulsados principalmente por el auge de las materias primas internacionales por el crecimiento de China, India y el eje de la economía asiática.

El primer golpe de Estado de la era “moderna” del siglo XXI seguía ligado a la etapa anterior, con el intento de cambio de régimen manipulado por los aparatos de TV, en abril de 2002 en Venezuela. La aventura gusana, escuálida, miamera y de los medios pitucos duró tres días. Once años después, la situación en el país de Hugo Chávez se ha vuelto mucho más complicada. A pesar de sucesivos intentos en Bolivia (como los de septiembre de 2008) de pasar por puebladas y victorias históricas en Ecuador y otros países hermanos, la época contemporánea, de Lawfare y reacción oligárquica con cierto tufillo a legalidad llega a fines de la primera década.

En junio de 2009 con el golpe de Estado victorioso en Honduras contra el presidente Manuel Zelaya Rosales, Hillary Clinto marca su primer gol como “pro cónsul del Imperio”. La actual presidenta de Honduras, señora Xiomara Castro, era la primera dama en el momento del golpe y toda la oposición y los movimientos populares en la tierra del Cacique Lempira tuvieron que sobrevivir al margen de la “tierra arrasada”. Obama inaugura la versión posmoderna de la misma estrategia contrarrevolucionaria sostenida por Reagan, la CIA y el narcotráfico en los años 80 en Centroamérica.

La propuesta elaborada por el Departamento de Estado y el Departamento de Justicia del Imperio tenía un nombre “bonito”. Después de la Alianza para el Progreso en las décadas de 1950 y 1960, pasando por la antipática “Guerra contra las Drogas”, el primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos lanza el “Projeto Pontes” (en portugués). La meta. Ganarse los corazones, las mentes y los presupuestos de las carreras judiciales y similares, capturando a los jóvenes yuppies del servicio público, imitando personajes de series policiales y judiciales estadounidenses, personas que crecieron viendo películas enlatadas, ya no en los carretes que se enviaban a las embajadas y consulados, sino por canales de televisión por suscripción que contaminan el sector audiovisual latinoamericano. Apodados “justicieros”, el arrivismo de toga, traje y corbata se basaba en la FCPA (Ley Administrativa del gobierno de EE.UU. contra supuestas prácticas corruptas fuera del territorio estadounidense) y se dedicaba a destruir economías o a judicializar políticas económicas alejadas del neoliberalismo.

Tratando de periodizar el imperialismo moderno, podemos señalar tres momentos de proyección del poder de Estados Unidos sobre América Latina en el siglo XXI. Primero, a raíz del NAFTA, el intento del ALCA, debidamente derrotado tras la IV Cumbre de las Américas, en noviembre de 2005, realizada en Mar del Plata, Argentina. La segunda etapa proporcionó una victoria para los gringos, creando relaciones permanentes en las carreras del Estado, formalizando las operaciones de Lawfare y la tiranía del derecho consuetudinario de “libre interpretación” de magistrados y fiscales. Como dijo Deltan Dallagnol, exfiscal general y ahora exdiputado federal de Podemos en Paraná (perdió su puesto por fallo de la Suprema Corte electoral), “no tenemos pruebas, pero tenemos convicciones”.

El tercer momento llega con la victoria de Trump en Estados Unidos. A partir de ese momento, el reflejo de la extrema derecha estadounidense con las latinoamericanas se hizo mucho más evidente. La integración subordinada al capital financiero, parásito inútil y especulativo, sigue siendo una prolongación de los años 90 y de la versión más peligrosa del ALCA. Las operaciones de lawfare siguen muy vivas, tomando como ejemplo lo que está pasando en Argentina y el riesgo de criminalizar tanto la política económica como las candidaturas políticas. Concomitante con esto, la tragedia de tener una capilaridad de extrema derecha en la base de las sociedades latinoamericanas, especialmente por la rara mezcla de comportamiento conservador y manipulación social de los neopentecostales, a través de empresas dedicadas a recaudar fondos a través de la fe de los demás.

Después de la elección de Trump, sufrimos la pandemia, la desinformación, en el caso brasileño, el delito contra la salud como estrategia de dominación y otras desgracias. Con el conflicto ruso-ucraniano, la presión sobre los precios agrícolas y el comercio primario internacional creció aún más. Para entrar en este debate específico, necesitamos otro texto, pero vale la pena mencionar que cuanto mayor es la fragilidad de nuestros países y la pérdida de la capacidad de respuesta del movimiento popular, mayores son las carencias y la proporción de creación de distopías por parte de la derecha contemporánea.

Comercio interregional, desdolarización y frente interno

El vicepresidente electo junto a Lula para el 3er mandato afirmó el 15 de mayo 2023 algo que la “globalización capitalista” no ha resuelto y aparentemente no llegará tan lejos. Dijo Geraldo Alckmin: “Aunque el mundo está globalizado, el comercio es intrarregional. Canadá México y USA, el 50% del comercio es entre ellos; la Unión Europea, 60%; Asia, 70%; en América Latina es del 26%. Tenemos que empezar por los vecinos”.

De esta manera, las relaciones bilaterales o regionales son el centro de los espacios económicos, si no autárquicos, al menos semiexclusivos. Los procesos productivos y las cadenas de valor están más que transnacionalizados, al igual que los controles sobre las empresas, casi todas financiarizadas o con una importante participación de fondos de inversión (aplicaciones sería el nombre correcto) y operaciones con capitales ficticios al frente. Cualquier situación semejante con la más que sospechosa quiebra de Lojas Americanas (cadena de tiendas populares en Brasil) o el pedido de recuperación judicial de Light (la concesionaria de energía en Río de Janeiro) no es casualidad.

¿Y cuál es la moneda que opera en la mayoría de las transacciones dentro de los grupos económicos, de exportación e importación y que incide en la formación final de los precios? El dólar estadounidense. Por lo tanto, todos los países latinoamericanos necesitan un stock de reservas, un colchón de divisas internacionales para evitar un ataque especulativo o una fuga de capitales. Cuando ocurre una tormenta, como la sequía en Argentina en 2023, la entrada de dólares disminuye y la inflación (porque se dolarizan los precios, especialmente de los alimentos y la cadena de insumos) aumenta.

¿Cómo evitar este tipo de exposición? Un paso importante es recuperar las capacidades de los gobiernos nacionales para ejercer la política económica. Otro paso importante es buscar salidas regionales, donde el comercio y la integración de cadenas entre nuestros países no sea atravesada por el dólar y donde no sea necesario implementar una estricta política de control de cambios. El tercero es buscar operar fuera del dólar, como los esfuerzos que ya se están dando tanto a nivel bilateral (por ejemplo, Argentina y China) como a nivel regional (en las líneas de crédito y proyectos del Banco BRICS, el NBD, para América Latina).

Teniendo en cuenta que todos los pasos se pueden dar simultáneamente y sabiendo que el PIB de los BRICS ya es mayor que el del G7, ¿dónde está el problema? La vena abierta latinoamericana sigue siendo el frente interno. Tanto por los factores narrados en la primera parte del texto, como en las variantes del imperialismo descritas en el segundo bloque. ¿Y la mayor fragilidad del frente interno? Es precisamente la necesidad de crear un poder social irreductible, superando los juicios de gobernabilidad y la verticalización de la “disciplina” que el centroizquierda, hacia el centro, siempre intenta rebajar en la izquierda en general y en el tejido social movilizado y organizado. bases en particular.

No es poca cosa operar en el frente interno y no es posible pretender, asumir que un desarrollo capitalista latinoamericano (el mismo defendido en la CEPAL desde el gobierno electo de Getúlio Vargas entre 1951 y 1954) o el aumento del comercio intrarregional e industrializador (como el Pacto ABC, Argentina, Brasil y Chile, defendido por Vargas y Perón) será tolerado por el Departamento de Estado y el Pentágono. No importa bajo qué condiciones y quién gobierne los Estados Unidos, este tipo de desarrollo es intolerable.

Para no extender más el artículo, la otra perplejidad es mezclar el campo nacional y popular con este mismo desarrollo capitalista y la confianza en “líderes oligárquicos”. No es tema de un manual de sociología, son intereses contradictorios y muchas veces irreconciliables. Cuando los caudillos Francisco Ramírez (de Entre Ríos) y Estanislao López (de Santa Fe) ganaron la guerra civil interna contra los unitarios del puerto, firmaron el Tratado del Pilar (en febrero de 1820), se hicieron con el poder y simplemente abandonaron la Liga Federal e hizo caso omiso de la autoridad del Gobernador de la Banda Oriental, José Gervasio Artigas.

En todo momento de la historia de nuestros pueblos, cuando masas de indígenas, afroamericanos y mayorías latinoamericanas estuvieron en frentes internos sin poder de veto, fueron (fuimos) traicionados, o abandonados, o derrotados. No hay estrategia nacional posible sin poner en primer plano la defensa del pueblo, mejorando la calidad de vida material y la capacidad de movilización y decisión del movimiento popular. Estos son los cimientos de cualquier proyecto de poder popular y la única forma de mantener la presión sobre los poderes institucionales.

El verdadero juego de la política lo juega la derecha. Los oligarcas, parásitos, explotadores y colonizados se trasladaron al ala extrema del sistema de posiciones. Ganaron capilaridad con el neopentecostalismo y el emprendimiento por necesidad. Los rincones vienen con tropas coloniales (internas y externas) y están dispuestos a arrasarlo todo. Cualquier similitud con los gobiernos de Honduras después del golpe de junio de 2009 (hasta enero de 2022); Mauricio Macri en Argentina (diciembre de 2015 a diciembre de 2019) y Jair Bolsonaro en Brasil (enero de 2019 a diciembre de 2022) no son casualidad.

Bruno Lima Rocha ([email protected]) es politólogo, periodista y profesor de relaciones internacionales. Es editor del portal Estratégia & Análise (www.estrategiaeanalise.com.br).

Después de la elección de Trump, sufrimos la pandemia, la desinformación, en el caso brasileño, el delito contra la salud como estrategia de dominación y otras desgracias. Con el conflicto ruso-ucraniano, la presión sobre los precios agrícolas y el comercio primario internacional creció aún más.
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