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Argentina campeón del Mundo Qatar 2022 – un análisis de la economía política del fútbol
Pasando al tema básico, la primera observación es notar las relaciones internacionales desiguales y asimétricas a través del deporte profesional. Argentina, el país que recibió millones de inmigrantes entre el último cuarto del siglo XIX y el primer cuarto del XX, se dedica – desgraciadamente – a exportar cerebros y mano de obra a todos los niveles, incluida la salida de jóvenes futbolistas. Tanto el mencionado arquero como el mejor del mundo, Lionel Messi, se fueron de casa y de sus clubes base aun cuando eran menores de edad. Esta ha sido la regla, cada vez más globalizada.
Bruno Lima Rocha (@blimarocha) – Diciembre 2022
Argentina es tres veces campeón del mundo. La conquista es en el fútbol profesional masculino, pero la simbología y el fenómeno de la cultura popular latinoamericana suele ser más grande que el juego.
Escribo estas líneas a pocas horas de la victoria de Argentina sobre Francia en los penales. Fue 2-2 en el tiempo reglamentario, 1-1 en la prórroga y luego las atajadas de Emiliano “Dibu” Martínez marcaron la diferencia.
No me atrevo a analizar el juego en sí, ya que contamos con cientos de periodistas especializados en el área y muy calificados. Tampoco es ese el propósito de este artículo. Reconozco que es difícil concentrarse en este momento, ya que le debemos mucho a la crónica deportiva y al periodismo deportivo en general. Como alguien de vocación apasionada por el oficio de escribir profesionalmente, ligado directamente a los obreros de la palabra, dejo aquí un simple homenaje a mis colegas y referentes en Brasil y América Latina, especialmente en el Cono Sur de nuestro mundo. En las figuras de João Saldanha (1917-1990) y del inmortal Víctor Hugo Morales, rindo homenaje a quienes crecieron escuchando radios deportivas y leyendo reportajes escritos. Los dos “son casi argentinos y medio uruguayos”, como este analista.
La pérdida de los factores comerciales de canje y la transnacionalización del fútbol profesional
Pasando al tema básico, la primera observación es notar las relaciones internacionales desiguales y asimétricas a través del deporte profesional. Argentina, el país que recibió millones de inmigrantes entre el último cuarto del siglo XIX y el primer cuarto del XX, se dedica – desgraciadamente – a exportar cerebros y mano de obra a todos los niveles, incluida la salida de jóvenes futbolistas. Tanto el mencionado arquero como el mejor del mundo, Lionel Messi, se fueron de casa y de sus clubes base aun cuando eran menores de edad. Esta ha sido la regla, cada vez más globalizada.
En los Mundiales posteriores a la Segunda Guerra Mundial tuvimos constancia del enfrentamiento entre escuelas de fútbol: la europea y la sudamericana. Por obra y gracia de la culturización, masas de trabajadores y oprimidos del sur del mundo entronizaron el fútbol como práctica sociodeportiva ya desde la década de 1920. Con el desarrollo pionero de la Celeste Olímpica, la selección uruguaya ganó los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928 y también fue sede y ganó el primer campeonato mundial de 1930 en Montevideo, transformando América Latina en el centro del deporte más popular del planeta. Nuestros países ingresaron a la década de 1930 renunciando a su destino agroexportador, convirtiendo excedentes, sustituyendo importaciones por producción industrial y buscando sus caminos soberanos en el Sistema Internacional de entreguerras.
La Guerra Fría, la etapa de la Bipolaridad, vio la continuación de esta rivalidad entre europeos y sudamericanos y el desarrollo del fútbol como un producto pleno de la industria cultural del Cono Sur. No se puede pensar en la modernidad latinoamericana sin la crónica deportiva, así como es inimaginable una Argentina sin la “beatificación” de Diego Armando y ahora de Lionel Andrés. A partir de la década de 1980 fue en aumento la “exportación” de jugadores ya maduros a clubes europeos, pero aún con cierta capacidad para competir en el campo.
La década de 1990 y la llegada de los canales de suscripción – la mayoría de ellos de origen estadounidense – incrementaron la globalización de las cadenas de valor y la presencia de marcas deportivas transnacionales. No por casualidad, la presencia mundial de la FIFA va de la mano con la expansión de una empresa de indumentaria y accesorios deportivos. Desde la década de 1970 y con el cambio de mando en la disputada autoridad del fútbol mundial, la expansión de selecciones en la Copa del Mundo siguió a la independencia y soberanía de los países recién liberados del último ciclo imperialista, y todos los males y acusaciones de corrupción entre los líderes picos del juego más popular del planeta.
El siglo XXI comienza de manera prometedora con el aumento del poder de los países emergentes, el ascenso de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y dos Copas del Mundo organizadas en el sur global. Todo apuntaba a que América Latina finalmente buscaría rumbos soberanos, y con el “boom” de las materias primas tendríamos nuevamente la capacidad de convertir excedentes y hacer una revolución científico-tecnológica a la altura de nuestras posibilidades. De esta manera, podríamos revertir el ciclo de concentración en el fútbol profesional, dejar de enviar jóvenes promesas a “academias profesionales de clubes corporativos europeos” y poner en valor las marcas latinoamericanas. Todo sucedió al revés, dentro y fuera del campo.
Podríamos esbozar un argumento de subdesarrollo desigual y combinado, agregando las líneas de la CEPAL, la Teoría de la Dependencia (basada en el trabajo de Enzo Falletto asistido por Cardoso) y la versión más dura, con la matriz de Ruy Mauro Marini y Theotonio dos Santos. Tuvimos una pérdida en la capacidad industrial, el factor interno como aliado estratégico imperialista y la exportación de capitales y pérdida de valor en los factores de cambio. En términos futbolísticos, la internalización de las cadenas de valor ha avanzado mucho. Jóvenes firmando contratos de adolescentes o siendo vendidos por debajo de los veinte y solo una o dos temporadas en los equipos profesionales. En las calles de Argentina, Brasil y otros países latinoamericanos, nuestros niños visten camisetas de selecciones mundiales con marcas de clubes-negocios europeos, muchas veces financiadas con fondos de inversión. De pronto, el “club nacional” a escala mundial se convierte en la selección nacional.
Las dificultades solo aumentaron. Desde 2002 – por lo tanto veinte años – una selección sudamericana no gana una Copa del Mundo. Brasil ganó la competencia realizada en conjunto con Corea y Japón; en 2006 la final fue Italia y Francia (victoria italiana); en 2010 España y Holanda (victoria española); 2014 Alemania y Argentina (victoria alemana) y 2018 Francia y Croacia (victoria francesa). Toda una generación casi normalizando la dependencia y la subalternidad como forma de vida, dentro de la cancha y muchas veces afuera.
Argentina campeón, Latinoamerica representada
Es muy relevante observar el pasado colonial en el presente de la selección francesa y el orgullo panárabe en defensa de Palestina en la elección de jugadores para Marruecos. Sin duda, es el tema de fondo a analizar y será objeto de un próximo artículo. En lo que respecta a América Latina, es casi imposible competir contra las estructuras de base europeas, incluidas las “academias de fútbol” de las federaciones nacionales, como Francia e Inglaterra.
Si nuestros futbolistas adolescentes se marchan al extranjero a una edad cada vez más temprana, la propia periferia de Europa proporciona el talento y la divulgación deportiva necesarios para garantizar el flujo de jugadores en formación. Por lo tanto, cada vez hay más competencia y flujo de recursos. Es cierto que las poblaciones inmigrantes y marginadas están representadas en las selecciones francesa, holandesa, belga, portuguesa, inglesa y, en menor medida, española. Pero la concentración de capitales en la UEFA hace que el fútbol sea cada vez más desigual en cuanto a clubes y, gracias a Argentina – por su postura en el campo y en el cuerpo técnico-, se interrumpió el ciclo de la subalternidad.
Observación final: la extrema derecha francesa – racista, xenófoba, islamófoba y antiárabe – cai nunca apoya a su propia selección “nacional” por la composición étnico-cultural de la misma. En América Latina, la alegría del pueblo es síntoma de odio y desprecio por la mayoría, propio de élites gobernantes subalternas. Lo mínimo que se les pide a los atletas profesionales en los países latinoamericanos es que dejen todo en la cancha, sabiendo que las estructuras de poder de las sociedades no cambian con un partido de fútbol. El estado de ánimo y el sentido de pertenencia sí.
Bruno Lima Rocha es politólogo, periodista y docente de relaciones internacionales, ciencias sociales y comunicación social.
Artículo publicado originalmente, en portugués y en Monitor de Oriente Medio (www.monitordooriente.com), edición brasileña. La versión em castellano fue originalmente publicada por SDN – Servicio de Noticias (serviciodenoticias.net) desde San Luis, Argentina.