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El Grito Desesperado de Una Madre Acorralada por la Indiferencia del Estado.

Redacción SDN

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La dolorosa historia de Jesica Olguín, una madre de San Luis, Argentina, expone las grietas profundas en el sistema de justicia y salud, revelando una burocracia deshumanizante y una sociedad que juzga en lugar de apoyar. Su testimonio es un crudo recordatorio de que, mientras se debaten leyes y se clama por derechos, hay familias devastadas por la adicción y la negligencia estatal, donde “el dolor pudo haberse impedido”.

La tragedia de Jesica comenzó con la pérdida de su hijo Marcelo, quien “supuestamente él se quita la vida” el 14 de enero a los 16 años. Solo tres días después de haberlo enterrado, Jesica recibió un oficio dando la internación de Marcelo en Casa del Sur, provincia de Buenos Aires, una burla cruel a su dolor. Esta resolución tardía se dio por un reclamo que se venía desarrollando por mucho tiempo, demostrando una decisión política que dejó a alguien “con dolor por no hacer un llamado”.

El Calvario de la Rehabilitación y el Abandono Institucional

Aprovechando la situación con el oficio de Marcelo, Jesica logró internar a su otro hijo, Matías, de 17 años en ese momento, en Casa del Sur. Sin embargo, el tratamiento nunca fue abonado por la provincia, a pesar de que le aseguraron que era un asunto “administrativo burocrático”. Jesica era constantemente acosada con llamadas y mensajes sobre la falta de pago, hasta que, desesperada, tuvo que retirar a Matías para evitar que lo dejaran “en la calle”, incluso ofreciéndose a pagar con su propio sueldo.

Tras su regreso, Matías recayó en el consumo de drogas, específicamente “paco” (cocaína fumada). Jesica volvió a insistir en JJA y CPA para internarlo de nuevo, motivada por el temor de perderlo como a Marcelo. Logró que CPA y la jueza lo internaran en Concordia, Entre Ríos, una semana antes de cumplir los 18 años. Durante su rehabilitación, Matías le enviaba videollamadas, y Jesica notó un ojo morado y la frente lastimada, signos que el coordinador desestimó como un accidente jugando. Matías luego le confesó a su madre que lo discriminaban y le decían “drogadicto” y que su madre lo había abandonado, a pesar de que el propósito de la institución era rehabilitarlo.

La situación se tornó más crítica cuando, después de reiteradas llamadas sin respuesta, Jesica fue informada de que Matías había sido detenido por pelearse con otros dos chicos, pero solo él fue llevado. La fiscal le informó que estaría detenido por 48 horas, sin documentos ni pertenencias. A pesar de los esfuerzos de Jesica y su marido por obtener ayuda del juzgado y el CPA, Matías quedó en libertad sin ningún apoyo, enfrentando una restricción y sin un lugar a dónde ir. Jesica no tiene los medios para pagar los pasajes de Matías de Concordia a San Luis, que rondan los 65.000 a 70.000 pesos, y solo cuenta con lo poco que gana juntando chatarra y una pensión para sus hijos y nietos.

La Ceguera de la Justicia y la Sociedad que Juzga

Jesica Olguín denuncia una justicia inoperante y una sociedad implacable. Ella crió a sus hijos “bien”, les enseñó “moral” y “lo que era bueno y lo que era malo”, a pesar de haber vivido juntando cartón. Sin embargo, la juzgan, la critican y la tildan de “drogada” simplemente porque necesita insulina para su diabetes. Se duele de que la sociedad no juzgue a “los transas” (traficantes) que dañan a los niños, sino a ella por denunciarlos, enfrentando incluso la burla de la policía al intentar denunciar el robo de su celular.

La investigación de la muerte de Marcelo fue cerrada bajo la carátula de suicidio, a pesar de las inconsistencias, como la altura de su hijo y la del rancho donde supuestamente se ahorcó. La policía mintió sobre el lugar del deceso, y la fiscal, María José Guñazú de la fiscalía número tres, no investigó a fondo. Dos testigos que vieron a Marcelo ingiriendo alcohol y pastillas con otras personas la noche anterior a su muerte nunca fueron citados a declarar, y se le exigió a Jesica un “testigo ocular” que no pudo conseguir o que no quiso declarar. Cuando Jesica preguntó si podía reabrir la causa, la fiscal le dijo que sí, pero con un abogado, a pesar de que Jesica no tiene dinero ni para comer y no ha podido retirar sus insulinas.

Además de la pérdida de Marcelo y la lucha por Matías, Jesica enfrenta el sufrimiento de su hijo Tiago, de 13 años, quien a raíz de la muerte de Marcelo, comenzó a autolesionarse. La jueza, a la que Jesica suplica ayuda, como “castigo”, le quitó a su nietita de 4 años, de quien no sabe nada desde hace tres meses. A pesar de ir al psicólogo, a fortalecimiento familiar y a grupos de apoyo, Jesica siente que no ha logrado salvar a sus hijos. “Mi hijo está en un cajón y el otro está allá en la calle”, lamenta.

El Chueco Paz, conductor del programa, enfatiza que la culpa de la adicción no es de los jóvenes ni “del tranza parcialmente, pero la culpa grande está en otro lado”, en las políticas y la “justicia social” que no brindan equidad. Cuestiona la hipocresía de la “meritocracia” en un contexto donde los niños son criados juntando cartones.

Jesica sigue luchando, levantándose con una sonrisa y negándose a que nadie le tape la boca, especialmente cuando se trata de sus hijos, a quienes considera “sagrados”. Pide a la sociedad que antes de juzgar, se informe, entienda que la droga es una enfermedad que “es como un cáncer y capaz que más rápido que un cáncer te mata”.

Un Agujero Negro en la Lingüística y la Sociedad

Cuando una persona pierde a sus padres es huérfana, si pierde a su cónyuge es viuda, “pero cuando se te muere un hijo no tiene nombre”, no hay una palabra en la lingüística española para describir el inconmensurable dolor que sufre una madre como Jesica. Este vacío lingüístico, a su vez, refleja un vacío social y político en la atención a las familias que atraviesan estas tragedias.

La historia de Jesica Olguín es un espejo incómodo de la Argentina, mostrando que, a veces, el sistema que debería proteger y sanar, termina abandonando y condenando, dejando a las madres solas en la más brutal de las batallas. Es como un barco que naufraga mientras los salvavidas se guardan en el almacén de “papeleo burocrático”, dejando a sus pasajeros a la deriva en un mar de indiferencia.

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