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La extrema derecha brasileña normaliza comportamientos abyectos

Francisco Paz

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Cuando faltan menos de dos semanas para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil, se necesita un esfuerzo considerable para no abordar los temas inmediatos y buscar ver qué apunta esta campaña como estructurante. El país que corre el riesgo de ver reelegido a Jair Bolsonaro se modifica radicalmente del que eligió a Lula por primera vez, en octubre de 2002. Y, siglos existenciales de la década de 1980 del siglo XX, cuando se produjo la disputa por el segundo lugar en las elecciones presidenciales de 1989 entre Luiz Inácio y el caudillo laborista Leonel Brizola.

La extrema derecha brasileña normaliza comportamientos abyectos


Una de las variables llamativas en estos treinta y tres años de diferencia entre la primera campaña presidencial del ex director del Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo y la actual es la acumulación de fuerzas y capital político formado a favor y en contra del ex-sindicalista y su campo político. En la década de 1980 del siglo pasado, la fuerza venía de los movimientos sociales, incluyendo una importante huelga general en la primera mitad de ese año electoral. Tras cumplir dos mandatos, eligiendo y reeligiendo a su sucesor –luego derrocado en un golpe parlamentario apodado “impeachment”–, Lula es un expresidente centrista con un carisma político superior al de su propio partido.
Otra diferencia sustantiva en este período histórico se remonta a la formación de la nueva extrema derecha. Allá por 2014, debatí con ideólogos y coordinadores de campaña del ultraliberalismo, aún en radios con cierto prestigio (hoy revolcándose en el lodo del bolsonarismo). En la segunda vuelta de ese año, el senador Aécio Neves (del PSDB del estado de Minas Gerais) se enfrentó a Dilma Rousseff (PT de Rio Grande do Sul) comparando modelos de crecimiento económico entre Lula (2003-2010) y su líder político Fernando Henrique Cardoso (1995-2002).
Mismo siendo una disputa encarnizada, con el huevo de la serpiente en la lista de Dilma (con el golpista Michel Temer, su adjunto que apoyó la caída del gobierno en diciembre de 2015), los
“estrategas” de extrema derecha quisieron poner en una única valija lo que sería el “bloque histórico formado desde finales de la década de 1970, con la lucha por la Apertura y la Amnistía contra la dictadura”. Uno de estos gurús ultraliberales y protofascistas lo decía con todas las letras: “hay que romper con todo, desde los obispos progresistas de la Iglesia Católica hasta la hegemonía de la ciencia en las universidades públicas, y si no se alinean, las teorías críticas del derecho y los profesionales de la cultura son cómplices”. Todas las conquistas de la Nueva República, iniciada después de la dictadura militar (1964-1985), debían ser cortadas, interrumpidas, exorcizadas.
Dos variables son centrales para normalizar la regresión de los derechos colectivos: la Operación Lava-Jato (Lawfare contra Petrobras y la economía nacional brasileña) y la coordinación de la extrema derecha “religiosa”, de base neopentecostal. En 2014, esta alineación era incipiente. A partir de 2018, uno complementa al otro.
La extrema derecha brasileña optó por armar un bloque histórico opuesto y poner en el mismo cajón un espectro político que va desde la socialdemocracia hasta la extrema izquierda. En la campaña del balotaje, el antifascismo brasileño ocupa toda esta línea de identificación en el sistema político. Más lavado y suave es el abanico de alianzas entre Lula y Alckmin que pretende llegar al Palacio del Planalto (sede del Poder Ejecutivo en Brasil). Pero un mérito tiene el enemigo: logró alinear un conjunto de fuerzas innobles y normalizar el comportamiento abyecto. Desmontar este monstruo va mucho más allá de la urna.
Bruno Lima Rocha es politólogo, periodista y profesor de relaciones internacionales.

([email protected] / estrategiaeanaliseblog.com)
Link da foto: https://www.poder360.com.br/eleicoes/moro-assiste-ao-debate-da-band-no-estudio/

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