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La inflación volvió a subir a pesar del superávit fiscal y el dólar “atrasado”
El IPC de noviembre marcó un 2,5%, con un incremento sostenido desde mitad de año.


La inflación de noviembre trepó al 2,5%, la más alta desde abril de este año. Una mala noticia que expone la dificultad del gobierno de Milei para acercarse a la promesa de ubicar la suba de precios por debajo del 1% mensual.
De hecho, está ocurriendo lo contrario. Aún con las muestras distorsionadas del Indec de Marco Lavagna, el índice general de precios muestra un incremento sostenido desde hace medio año: se ubicó en 1,5% en mayo, luego 1,6% en junio y 1,9% tanto en julio como en agosto. En septiembre, el dato volvió a superar el los dos puntos con un 2,1%.
En noviembre, el rubro que más se encareció fue vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles, con un 3,4%. Transporte subió 3% y muy cerca quedó alimentos y bebidas no alcohólicas, con 2,8%.
Lo más dramático es el impacto del aumento de los alimentos sobre los sectores de menores ingresos, que vienen presionados por la suba de costos de tarifas y combustibles y suben de precios a un ritmo del 1% semanas, a pesar de la caída de ventas.
La inflación se acelera y alimentos vuelan casi al doble
La Canasta Básica Alimentaria, que define la línea de indigencia, saltó 4,1%, su mayor incremento desde marzo. Los precios que más pesan en los bolsillos populares siguen corriendo por encima del promedio general.
Otro dato que encendió las alarmas es la aceleración de la inflación núcleo, que excluye los precios estacionales y los regulados. Subió 2,6% mensual, mientras que el promedio de los tres meses previos había sido 2,1%. Esa dinámica revela que el corazón del proceso inflacionario volvió a latir más fuerte.
“Si a esto le sumamos la aceleración en los aumentos de regulados, sobre todo vivienda, electricidad, gas y agua, y transporte, empuja aún más a que los precios intensifiquen su aumento mes a mes, más si pensamos en lo que es segundas vueltas en el caso de los aumentos de tarifas”, explicó Florencia Iragui, economista de LCG.

Por su parte, Hernán Letcher director del CEPA, destacó que “a contramano de las declaraciones oficiales que sostienen razones monetarias como causal inflacionaria, el gobierno mantiene las anclas vinculadas a los costos/demanda: el tipo de cambio y la caída/no recuperación del salario.”
La comparación con el Chile de los Chicago Boys es tan incómoda como reveladora. En ambos casos, se trata de programas ortodoxos que subestiman la inercia inflacionaria y la estructura social del país.
En el Chile de fines de los setenta, los economistas formados en la Universidad de Chicago creían que bastaba con contraer la emisión, abrir la economía y disciplinar el gasto para derrotar la inflación. Pero el resultado fue un piso duro: durante años no lograron bajarla del 30-40% anual, porque la economía seguía indexada, los precios relativos estaban desalineados y el tipo de cambio fijo generaba una ilusión de estabilidad que terminó en una fuerte crisis en 1982, que obligó a Pinochet a cambiar el equipo económico.
La Argentina de Milei y Caputo enfrenta hoy un dilema muy similar. Tras una contracción monetaria histórica y un ajuste fiscal sin precedentes, la inflación bajó del pico de tres dígitos anual, pero no logra perforar el núcleo alto de aumentos mensuales. Como en Chile, persisten rigideces estructurales que impiden una desinflación sostenida.


























