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“Sueños de bondi”

Diego Apa

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Cinco y media de la mañana, abrís los ojos y no sabes ni dónde estás. Apagás el celu para no despertar a la compañera o compañero… que si tenés suerte, como en mi caso, se levanta con vos para unos mates antes de arrancar. Los nenes duermen, otra mañana sin verlos despertar. A las 06:30 vas saliendo a esperar el bondi, intentando dejar atrás los afectos. Hace frío, hay una llovizna que moja y molesta. El paredón de ese local sirve como refugio. ¡Genial! Vino rápido hoy el cole. Si hay fortuna de la grande, conseguís asiento y dormitas unos 40 minutos hasta el próximo transporte, y a veces soñás. Esos sueños de bondi generalmente no son con la familia, pareciera que ya estás en modo trabajador, como si coexistieran dos personas en uno: una se debe a la familia, a los seres queridos, y la otra casi que le pertenece al patrón, como un activo más de la empresa. Despertate, cabezón, hay que bajar a esperar el tren. Uff, la estación está llenísima, otra vez toca de parado hasta destino… unas piñas entre los que bajan y los que suben como para terminar de despertarse, y te acomodás como podés, respirando el aliento de otro laburante como vos. Finalmente, llegás al laburo, cansado, con frío y mojado… y aún no arrancaste a cumplir tus tareas. Si todo salió redondito, fichaste joya; si hubo algún imprevisto en el viaje, arrancás el día con un sermón sobre la responsabilidad, el compañerismo y qué sé yo cuántas cosas más. Pero uno está acostumbrado, debe estarlo, no queda otra, y finalmente se dispone a dar lo mejor que tiene en sus tareas. Acá, al menos en mi caso particular, aprendí a amar lo que hacía, hasta llegué a disfrutarlo con pasión. Creo que fue la única manera de aguantar todo lo que aguanté, pero otros no tienen esa suerte. Llegó la hora del regreso, nuevamente la odisea, pero esta hasta se disfruta, porque falta poco para volver a casa y verlos. Siempre todo es por la familia. Tratás de apurarte para que los chicos no se duerman, y al menos compartir un ratito con ellos. Por suerte ya no llueve, aunque el frío se sigue sintiendo. Escuchás, casi como una burla del destino, en algún parlantito del vagón suena “Gil trabajador” de Hermética. ¡Ahora sí! Llegamos. Metés la llave en la cerradura y nuevamente antes de entrar, cual superhéroe, tenés que cambiar de traje. Toca el de papá, mamá, el de esposo, esposa, compañero o compañera, y a renovar las energías como se pueda porque ellos te estuvieron esperando todo el día. Igual, no todos los días son así, a veces se complica la vuelta y al regresar los más chiquitos de la casa ya están dormiditos, y ese día, ese día lo perdiste. Un poco de charla, algo calentito a la panza, que de acuerdo al calendario hasta puede llegar a ser unos mates y al sobre, esperando un nuevo día para volver a empezar. Según a qué te dedicás, no importa qué día de la semana sea, lo que sí te puedo decir es que los domingos cuesta el doble. No sé, los laburantes traemos desde la cuna eso de que el domingo es para la familia. Si te tocó de mañana se lleva mejor, pero si salís al mediodía de casa, ¡eso sí que cuesta! Cuando va llegando la familia, los abuelos, los viejos, los tíos, los primos para compartir el día sagrado, vos te estás yendo. ¿Entendés por qué aprendí a disfrutar lo que hago? Porque si no, no hay manera, duele el alma, hermano. Y encima, a todo esto, le tenés que sumar el presente que estamos viviendo, donde el que labura es pobre por ciencias exactas, te levantás sabiendo que sos y vas a ser pobre. Y no es solo el hecho de que nos acostumbramos a llorar la biblia junto al calefón, también sabemos que no siempre fue así. Muchos pudimos vivir la época en que todo este esfuerzo daba sus frutos, y logramos comprarnos un autito, terminar la casa, ¡y hasta nos íbamos de vacaciones con la familia! Por eso, amigo, amiga, aunque esté difícil la mano, los invito a dar, una vez más, otra muestra de que el movimiento de trabajadores y trabajadoras de Argentina no se rinde. Luchó, lucha y luchará siempre, por un mejor vivir para todos y todas.

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