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La simpleza de ser oposición, en contexto democrático

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Para entender a quién votar y para qué hacerlo, basta con mensurar con herramientas públicas lo hecho, lo dicho y lo abstracto.

En el oficialismo, se pueden contabilizar, en principio en el ejecutivo, las obras y la calidad de las mismas, el lugar donde se realizan y el objetivo de su realización. En otro apartado, se puede juzgar la administración de los fondos públicos, los servicios prestados (contrastados con la recaudación y el pago de tasas, servicios, impuestos y demás alcances por coparticipación o competencia propia), se puede mensurar la resolución de inconvenientes o insidencias de vieja data, la actualización de tecnologías modernas en materia de administración pública, el trato con empleados, la comunicación pública, los eventos culturales, deportivos y la participación ciudadana, en materia de seguridad, en aportes en educación, etc. En el poder legislativo (que es también electivo, no siendo así el caso del poder judicial), se puede medir a partir de las ordenanzas, regulaciones, normas y leyes que se producen, tratan y promulgan, como así también del control del poder ejecutivo y su participación con la ciudadanía en función de sus necesidades y requerimientos.

En el caso de la oposición, si bien tiene ampla participación en el poder legislativo, en el caso del poder ejecutivo, simplemente pareciera que su rol y función fundamental es la de la crítica, acérrima a veces, improductiva casi siempre, al menos en tiempos de gobernabilidad, para luego transformarse en oposicionismo fundamentalista a la hora de la campaña.

A raíz de esto surge una excelsa duda semántica, diría que de escéptica factura, y digo semántica porque el origen etimológico de «oposición» parece haber calado hondo en el espíritu cascoteado de la democracia, como si la sola posición de perdedor de elecciones le diera la única opción política de criticar, negar y oponerse incluso en detrimento de las personas que optaron por su imagen política para ser representados.

Quizás este sea un momento precioso de elegir por lo hecho, lo dicho y lo abstracto y de aplicarlo a ambos lados de la frontera ideológica, los que son gobierno y los que deberían representar a la democracia. Digo esto en función de que si medimos lo realizado en pos de la ciudadanía, lo dicho en objetivo claro de mejorar el estatus social, y lo abstracto de la crítica sin asistir, sin aportar al mejoramiento de una sociedad, no hace otra cosa que vislumbrar que el móvil que motoriza su persona política es ni más ni menos que hacerse del poder, por el poder mismo.

La política es el prójimo, el próximo y el pueblo (haciendo un yerro de género en esto último con el afán de que entienda toda persona que lee estas palabras), y como tal, debe ser nuestra labor para ayudar, asistir A TODA PERSONA QUE REPRESENTAMOS (sea física o jurídica, sea pobre o rica, sea oficialismo u oposición).

No se puede (ni se debe) votar por lo dicho o por lo abstracto, por lo idílico o por lo superfuo, debe ser, netamente por lo realizado, ya sea tu candidato del oficialismo o de la oposición. Es claro que caer en la palabra vana de la crítica simple, aportando solamente la visibilización de un problema sin la salida directa a la solución, siendo esta solución el argumento básico de depositar los votos en la próxima elección para que lo acontecido «no vuelva a suceder». Y mientras tanto? Qué se aporta mientras tanto para que mejoren las masas? Nada, sólo eso… la crítica facilista de plataforma de streaming con control remoto en mano, en la comodidad del sofá del living de quien espera y busca un título que se viralice.

Votemos, por el voto de confianza que nos dio la confianza de saber que lo hecho, hecho está y que lo dicho, son palabras, palabras que se lleva el viento, como boletas que se tiran en el patio delantero de las casas que no fueron alcanzadas por la oposición de redes sociales. Por los candidatos eternos y por las promesas que se vencerán sin remedio. Quizás, en un futuro lejano, gane quien tenga más seguidores, más likes y más reproducciones, hoy no. Hoy gana quien más hace, mejor hace y menos dice.

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